martes, 22 de enero de 2013

LAS BENÉVOLAS. Jonathan Littell



-Interpretar hacia atrás sin contextualizar es peligroso. Entonces, ¿qué hubieras hecho tú?.- 
Portada del libro Las benévolas, de Jonathan Littell
Edición en español (2007)

Género. Novela.

Lo que nos cuenta. En el libro Las benévolas (publicación original: Les Bienveillantes, 2006) conocemos a Max Aue, oficial de las SS, que recorre algunos de los principales escenarios de la Segunda Guerra Mundial como testigo (y a veces participe) de los sucesos que ocurren en ellos. Pero aunque esa pueda ser la trama, no es exactamente lo que nos cuenta la novela, se lo tengo que confesar, querido lector.

Mi opinión. Primero, tengo una pregunta que hacer: ¿si esta novela, con los mismos planteamientos, transcurriera durante la China de los Qing o la de la Guerra Civil, durante la URSS de las purgas estalinistas, durante la dictadura camboyana o en Ruanda no hace mucho, sentiríamos exactamente lo mismo al leerla? Lo pregunto porque en el fondo podría ser igual, una situación en la que las decisiones violentas y horribles propuestas por el Estado (una entidad impersonal en la que las responsabilidades se escurren como el agua entre las piedras) deben ser aplicadas si eres parte de su maquinaria y que, si te opones a ello, puede que se te apliquen a ti. Tengo la sensación de que, aunque debería, no sería lo mismo, pero pregúntenselo ustedes después de leer la novela, una obra difícil por muchos motivos, ya se lo adelanto. 

Y es que creo que la morbosa fascinación del periodo retratado por el autor tendrá que ver con muchas filias y fobias respecto a la obra, que no a todas. Porque también es igual de cierto que se trata de un libro desmesurado en todos los sentidos, donde alegoría, delirio y onirismo se confunden (¿camuflan?) con la narración del hecho vivido en realidad, que se describe con una frialdad intencionadamente cruda pero de discutible necesidad narrativa en muchas ocasiones, porque la verdadera monstruosidad de cosas como la Shoah, el T4 y otras vías de “procesamiento” es imposible de narrar.

Mención aparte merece el protagonista, Max, que desde lo patológico de su carácter, evoluciona para ser un producto de su tiempo, del que parece tratar de abstraerse por momentos para mantener su (insana) cordura, y que mira (justifica) el pasado con clara frialdad y aparente juicio. Max y su comportamiento, igual que el propio libro, tienen tantas lecturas como lectores. 

Destacado. Que el estilo narrativo densamente monocorde (una herramienta más del autor, en mi opinión, nada casual) va pasando de la pausada narración al tono febril para adecuarse al estado de ánimo imperante en el Reich según avanza la guerra, de la despreocupada euforia a la locura más enajenante.

Potenciales evocados. La cara del que llega a la lectura desde libro por el mismo camino de la mercadotecnia literaria que lo llevó a "catedrales del viento" y a "códigos de la tierra"; El rey de los alisos por aquello de que la realidad nos va sucediendo independientemente de cómo la interpretemos, entre otras razones; la enfermedad del payaso Pagliacci; José Luis y Amadeo en otras circunstancias; alguna reflexión de Good, pero llena de peyote y partiendo de un perturbado en lugar de un profesor de Literatura.

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