Género. Ciencia ficción.
Lo que nos cuenta. En el libro La autopista de la eternidad (publicación original: Highway of Eternity, 1986) conocemos a Tom
Boone, un periodista que ha demostrado una capacidad muy especial en
situaciones de peligro pero que no sabe cómo manejarla y que responde de inmediato al súbito reclamo de Jay Corcoran, un ex agente de la CIA que ahora está en el
sector privado, al que conoció hace quince años y que, tras un accidente, sufrió una reconstrucción de parte de su cerebro que ha alterado su percepción y razonamiento mejorando su capacidad.
Corcoran necesita a Tom para comprobar si su “visión” sobre la desaparición de
uno de sus clientes es correcta.
Mi opinión. Novela de alto ritmo en general
constituida por una sucesión continuada de eventos, narrada a golpes de riñón en
tercera persona coral que sirve como excusa para manejar los interrogantes de
la historia, con trama que podríamos denominar (inventando otro término, como
tantas veces se hace por aquí) Time Opera
y que mezcla viajes en el tiempo y en el espacio, alienígenas exóticos,
proyección social y religiosa e incluso conceptos casi fantásticos entre toda
la ciencia ficción que propone, con un trasfondo que se presupone riquísimo
pero del que sólo nos muestran unas cuantas pinceladas, entretenida en general, dispersa
por momentos, errática otras veces, pero con ideas imaginativas e incluso
originales y momentos muy resultones que no terminan de hacer lucir globalmente
la obra.
Destacado. Lo extraño que
resulta el intento de unión de conceptos tan diferentes.
Potenciales evocados. Mezcla
aturullada de muchísimas cosas, desde El fin de la eternidad con otros motores de la trama hasta casi Bailando con lobos prehistórica, pasando por muchísimos otros (incluyendo algún detalle de la saga
de Harry Potter, se lo juro, queridos lectores).