Edición en español (1983) |
-De
los tres tomos, el más irregular.-
Género. Relatos.
Lo que nos
cuenta. El libro Visiones peligrosas III (publicación
original: Dangerous Visions, 1967) es la tercera parte de una famosa
antología, que en español se publicó en tres volúmenes como su edición de 1969,
y que en la actualidad todavía se valora bastante, por más que el tiempo le
haya pasado cierta factura, debido a la naturaleza del proyecto (pueden saber
más aquí), con el recientemente fallecido Harlan Ellison como responsable de la selección,
del proyecto y de la introducción (que en este volumen es muy breve y habla de
las implicaciones futuras de la antología), pero también del comentario al
inicio de cada uno de los relatos (que, al final, tienen comentarios de sus
propios autores). La primera parte es Visiones peligrosas I y la segunda Visiones peligrosas II.
Mi
opinión/Destacado/Potenciales Evocados.
- Si todos los hombres fueran hermanos, ¿dejarías que alguno se casara con tu
hermana? (Theodore Sturgeon): la búsqueda del planeta
Vexvelt que, por razones desconocidas, queda siempre de cualquier registro o
documento, lleva a Charli Bux a conocer una cultura “diferente”. Trama que,
tanto en su momento como ahora, constituye una visión peligrosa clara por el
tema de fondo que trata (y cómo lo trata en cierto monólogo) pero, en realidad,
el tema de fondo es (en opinión de este lector) solo una excusa para hablar de
cualquier asunto cuya bondad o negatividad intrínseca es ajena a la visión
general de la sociedad.
- ¿Qué le ocurrió a Auguste Clarot? (Larry Eisenberg): la investigación de un
periodista sobre la desaparición de un científico trae respuestas inesperadas. Relato extraño, que en la introducción es
definido como “simbólico” y, por mucho que lo sea, a este lector le pareció más
“insulso” (pero seguro que me equivoco).
- Erstaz (Henry Slesar): la guerra ha arrasado los USA
y los combatientes vagan por el país hasta llegar a Estaciones de Paz donde son
acogidos por los civiles. Trabajo muy corto, impactante por lo bien que, dentro
de su brevedad y al final, muestra sin decir, exitoso a la hora de transmitir
las sensaciones y sentimientos que encierra.
- Corre, corre, corre, dijo el pájaro (Sonya Dorman): postapocalipsis y T. S. Elliot como referencia,
menos de ciencia ficción (por más que el planteamiento de
trasfondo sugerido lo sea) y más de horror sensible (pero horror al fin y al cabo), pero un muy buen relato sea como sea.
- La raza feliz (John T. Sladek): distopía alcanzada mediante una utopía (esas son
las buenas, las diabólicas al final del camino de buenas intenciones), en la
que la tecnología que debo cuidar de nosotros lo hace, y mucho, y demasiado.
- Encuentro con un rústico (Jonathan Brand): simplicidad casi (ojo, solo
casi) surrealista que mezcla religión y ciencia ficción mediante bienes raíces
planetarios en un relato que este lector no termina de entender (ni
su concepción ni su presencia en la antología, pero Ellison sabrá).
- Desde la imprenta oficial del gobierno (Kris Neville): incómoda revisión de los
parámetros de la educación infantil de cara al desarrollo de adultos concretos,
muy rápida de leer, lograda en lo que intenta mostrar y corta.
- La Región de los Grandes Caballos (R. A. Lafferty): ciencia ficción fantástica tan dispersa como Lafferty sabe hacer, que supone un país de los
romaníes que fue tomado por los alienígenas y que, ahora, es devuelto a la
Tierra. Narrado con el estilo Lafferty y, en este caso, con varias historias
que crean la trama.
- El reconocimiento (J. G. Ballard): espectáculo ambulante como en
El circo del Dr. Lao pero mucho más oscuro,
texto rápido de leer y “extraño” (pero más extraña es la historia del primer relato que Ballard mandó para esta antología, y que no se
publicó, y los comentarios al respecto hechos por Ballard y Ellison a lo largo de los años posteriores.
Investiguen y verán).
- Judas (John Brunner): reinterpretación de género de
la traición de Judas contra Cristo, que como otros trabajos de la antología se
acerca a la religión para, a su manera, criticarla.
- Prueba para la destrucción (Keith Laumer): en una sociedad distópica, un hombre lucha contra el gobierno
mientras, ignorado por todos, una nave alienígena (de características
especiales) se acerca a la Tierra. Más allá de sus formas y tonos, poco
actuales hoy en día, sí que hay un fondo interesante sobre cómo es el ser
humano y cómo funciona aquello de “si quieres conocer a alguien, dale poder y
observa”.
- Ángeles del Carcinoma (Norman Spinrad): Harrison Wintergreen
consigue que el cuento de la lechera salga bien y llega muy lejos, pero a los
cuarenta años le diagnostican cáncer; acostumbrado a lograr cosas imposibles,
decide luchar contra su enfermedad. Trabajo curioso, más “fantástico” que de ciencia ficción (aunque se trate de articular
desde ahí), “alucinógeno” y que muestra lo que la obsesión puede causar, más
allá del éxito.
-
Auto-da-fe (Roger Zelazny): uno de esos relatos que demuestra que, con independencia de
que la trama o la idea sea alocada o increíble, la forma de narrarlo y de
transmitir las cosas al lector marcan, por mucho, la diferencia. Que algunas
cosas queden en el aire, que el trasfondo solo se adivine y detalles como esos
resultan intrascendentes a la hora de valorar un texto tan bien contado, por
extraño que sea lo que nos cuenta.
- Por siempre y Gomorra (Samuel R. Delany): gran trabajo (y gran
cierre de la antología) que usa la ciencia ficción como excusa para hablarnos de
sentimientos, de la falta de un "lugar propio" y de soledad o, más
bien, de cómo algunos la afrontan. Conceptos de ciencia ficción centrados en la sexualidad muy
pioneros y valientes, en la época, en un relato que todavía hoy funciona muy bien porque,
por desgracia, sigue habiendo rechazo (mayor o menor según barrios; por suerte,
en algunos casos no existe y hacia eso hay que avanzar) de sexualidades
diferentes a la mayoritaria. Además, y en mi opinión, este es uno de los relatos que reafirmó en su tiempo, de verdad y
sin titubeos, la mayoría de edad de una ciencia ficción que se alejaba de una infancia
llena de platillos volantes, criaturas pulp y pistolas de rayos, pero
también de una adolescencia llena de efectismos.