miércoles, 10 de marzo de 2021

CALABAZAS EN EL TRASTERO: TERROR ORIENTAL. Varios autores

-Interpretaciones amplias y variadas de un término que, por sí mismo, ya ha tenido diferentes significados a lo largo del tiempo.-

Género. Relatos.

Lo que nos cuenta. El libro Calabazas en el trastero: Terror oriental (publicación original: 2010), con prólogo de Óscar Bribián, es una antología de relatos de horror que se mueven alrededor (con diferentes parámetros de órbita e, incluso, diferentes naturalezas de la misma) del concepto que da nombre al libro, que nos permitirán conocer el interior de una pirámide, conflictos infantiles de alta peligrosidad, las consecuencias de la desaparición repentina de las personas de origen chino, las estepas mongolas, diferentes entidades sobrenaturales o, entre otros asuntos, a una pareja que trabaja en una revista sobre lo paranormal. Quinto número de la serie Calabazas en el trastero.

Mi opinión/Destacado/Potenciales Evocados.

      - Tinta china (Juan Ángel Laguna Edroso): horror, relativo en realidad, casi surrealista y algo disperso.

      - El ladrón de almas (Diana Muñiz): trama que se ve venir en lo general y que sigue estructuras audiovisuales contemporáneas relativas a la temática.

      - La Compañía de las Indias Orientales (Miguel Cisneros Perales): intento (fallido en opinión de este lector) de trabajar más la forma y la estructura que el propio fondo (o, incluso, el propio subgénero).

      - Chacal (José Ignacio Becerril Polo): escenarios que podrían recordar a cierta parte (pequeña) de la producción de H. P. Lovecraft, pero manejados de manera más hemoglobínica.

      - Cicatriz de hierro (Víctor Núñez Rodríguez): más de viaje que de destino final (por mucho que lo haya “parcial”) y agradable de leer.

      - La trampa del amor (David Jasso): ejemplo de cómo un argumento mil veces visto, de una u otra forma, evita el impacto negativo de dicha circunstancia mediante su ejecución técnica.

      - Kuchisakeonna (Miguel Puente Molins): horror directo sin sorpresas.

      - La caída de la Casa de Ushima (Andrés Abel): lejos de la Casa Usher, a pesar de lo que pudiera parecer, dinámico e interesante.

      - Orgullo de padre (Darío Vilas): relato muy bien localizado (en ese borde fino tan cerca del “demasiado localizado”), de ritmo suave pero implacable.

      - Oni (Luis González): otro de los trabajos que se ve venir y otro de los que usa recursos, circunstancias y esquemas de lo audiovisual en relación con la temática.

      - Almas en danza (L. G. Morgan): relato de inicios muy llamativos (mucho para este lector) por la estupenda plasticidad técnica que mezcla movimientos concretos, avance de la trama y descripciones, para después prescindir de lo “dinámico” aunque siga usando la misma técnica.

      - Bunraku (Ignacio Cid Hermoso): equilibrio inestable entre los sentimientos que pretende generar (y tal vez consiga en algún caso) y las estructuras “audiovisuales”.

      - La niña china (Santiago Eximeno): relato que trabaja sobre la tensión de lo que se sabe que ocurrirá y que funcionaría igual de bien con “elemento oriental” o sin dicho elemento.

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