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domingo, 20 de diciembre de 2015

LAS MEJORES HISTORIAS DE FANTASMAS. Varios autores

-Selección discutible pero, al fin y al cabo, fantasmas sí que hay.-

Portada del libro Las mejores historias de fantasmas, de varios autores Género. Relatos.

Lo que nos cuenta. El libro Las mejores historias de fantasmas (publicación original: 1973), con Albert van Hageland como responsable de la antología (y autor del prólogo), a quien se le ven sus orígenes por lo sesgado, en ocasiones, a la hora de elegir escritores para esta recopilación (igual que el cariño por lo decimonónico, tanto desde el homenaje como desde lo intrínseco), y con muchos errores al transcribir los nombres de los autores (no sé si es cuestión del original o es fallo de la traducción), que nos ofrece muchas versiones del fenómeno del fantasma en la literatura, si bien todos relacionados de alguna forma.

Mi opinión/Destacado/Potenciales Evocados.

    - Delfina (Claude Seignolle, 1963): relato que parece mucho más antiguo de lo que en realidad es porque usa tonos, formas, lugares y rumbos que hacen que el lector pueda pensar eso con facilidad, que como inicio de la recopilación es acertado porque cumple casi todos los requisitos del asunto, por más que no sobresalga en ninguno de ellos.

    - El ataúd en el mar (Eddy C. Bertin, 1971): trabajo muy basado en descripción, otro que aparenta haber sido escrito mucho antes de que cuando realmente lo fue, clásico en todos sus aspectos, que transcurre sin sorpresas y de tonos adecuados a su propuesta.

    - Fruto negro (Robert Bloch, 1958): el primero de los trabajos que, partiendo de un concepto atemporal en el subgénero, decide ofrecerlo con tonos y recursos contemporáneos (no solo técnicos, sino en la propia trama), rápido de leer aunque previsible en términos generales.

    - El sarcófago sellado (R. Lionel Fanthorpe, 1965): exotismo sobrenatural (exotismo relativo, claro, porque en su época los relatos con esa ambientación no eran tan poco habituales ya que la egiptología estaba muy de moda), formas correctas y pocas sorpresas.

    - Las avispas (Walter Beckers, 1967): corto, funcional, con un objetivo concreto y agradable de leer.

    - El espectro enamorado (E. T. A. Hoffmann, 1818): versión corta de un relato muy largo (y conocido) del autor, que juega con qué es real y qué no, de buen ritmo e ilustrativo sobre el escritor y lo que ofrece su producción.

   - La pandora (Gerard de Nerval, 1854): trabajo que introduce a otro autor contemporáneo al escritor en sus páginas, breve, con toques de la época y sociedad que vivió Nerval.

    - El ojo sin párpado (Philarète Chasles, 1832): el trabajo de la antología más basado en el rico folklore al respecto de los fantasmas que está por todas partes y, a la vez, basado en algo que jamás quedará obsoleto.

    - La moneda antigua (Frank Gruber, 1955): estilos noir casi thriller, poco presentes en la antología, que dan un ritmo alto al relato, pero que no evitan la sensación de previsibilidad.

   - El tranvía fantasma (Benoit J. Suykerbuyk, 1973): trabajo muy breve, escrito especialmente para la antología, que juega con conceptos interesantes y más actuales, pero no termina de hacer que toquen tierra.

    - La alcoba negra (Apfel & Laun, 1811): trabajo que, en su origen, formó parte de un libro famoso (fama relativa, claro; me refiero a famoso para los más metidos en lo fantástico en la literatura) que ofrecía cuentos de fantasmas desde perspectivas casi de fábula o cuento y que sirve como ejemplo de los contenidos de dicho volumen.

    - Relatos de terror (Catherine Crowe, 1848): otros cuentos, porque son varios y muestran que el microrrelato no es un fenómeno contemporáneo, para nada, que también estaban en otro volumen relativamente famoso (ver comentario anterior), que pueden parecer informes de investigación y que, en algún caso, se salen de la temática fantasmal en sentido estricto, que no de la sobrenatural.

    - El hombre que ríe (Victor Hugo, 1869): fragmento de un trabajo mayor y famoso en la literatura universal, que impide que el lector disfrute de él en toda su extensión, pero que ofrece las pinceladas que deberían obligarle a buscar el texto íntegro.

    - El doctor Saul Ascher (Heinrich Heine): relato muy breve, con varias paradojas en su trama (no casuales) e interesante a su manera.

    - El páramo de Tappington (Thomas Ingoldsby, 1837): trabajo que puede recordar a las rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer cambiando localizaciones.

    - El fantasma solo llama una vez (Jane Sherrod Singer): cuento que casi rompe, en ciertos momentos, la pared imaginaria que separa al autor y al lector para intentar, no para conseguir en mi opinión, reforzar el mensaje de que el relato se basó en hechos reales.

    - Drummer-Hinger (John Flanders, 1970): escrito con un seudónimo bajo el que se esconde Jean Ray, vemos muchas de las fortalezas del prolífico y variado autor, que en esta ocasión nos deleita con una trama que podría entrar en las historias de Harry Dickson, pero con cuidado de que el Pulp no se coma la bonita narración.

    - El monje negro (Anton Chéjov, 1894): relato largo que es un gusto desde lo literario, tanto que se olvida cómo se aproxima al tema de la antología y se goza por sus formas.

    - El burgomaestre embotellado (Erckmann-Chatrian, 1859): obra escrita por un tándem de escritores que duró casi dos décadas, diferente al resto de la antología porque eligen el camino socarrón para aproximarse a los aparecidos.

    - El arquillo del aquelarre (anónimo): cuento popular belga, nada sorprendente a tenor de las otras elecciones del responsable de la antología, que sigue los senderos casi moralizantes que este tipo de trabajos suelen transcurrir.

    - La renta espectral (Henry James, 1876): relato muy ilustrativo sobre lo que el autor tuvo que decir en la literatura porque se aproxima el asunto con una carga notable en la construcción psicológica de los personajes mediante sus acciones y trasfondo.

    - Las aventuras de Thibaud de la Jacquière (Charles Nodier, 1822): trabajo con aires a otras épocas, en concreto aquellas en las que fue concebido, sin sorpresas y correcto.

   - La mansión de Keziah Mason (Julien G. Raadsveld, 1971): trabajo más sobrenatural que fantasmal y que no trata de disimularlo por razones que, al terminarlo, quedan más que claras (y también queda claro a quién trata de homenajear).

    - El extraño amigo del capitán (Joseph Sheridan LeFanu): más que correcto en lo formal (bajo parámetros de su época, claro) y que trata de dar más potencia al asunto usando recursos técnicos que sugieran la transcripción de un suceso real.

    - Luitopold von Iss… (Coraly Pirmez, 1893): trabajo que trata de usar el mismo truco que el anterior, rápido de leer y sin sorpresas.

    - La ciudad de arcilla (Jacques Finné, 1973): otro trabajo sin sorpresas al fondo y una buena narración al frente que, sin abusar, usa el monólogo intimista para acercarnos al horror sobrenatural.