-Sátira que va
de lo culto a lo “picantón” sin que la pluma tiemble.-
Lo que nos cuenta. En el libro La conjura de los necios (publicación original: A Confederacy of Dunces, 1980) conocemos a Ignatius J. Reilly, que reúne la mayor cantidad de defectos posibles en su carácter, casi como si los coleccionara. Vive con su madre, pisa la calle lo menos posible, no
tiene empleo, sueña con ser un escritor conocido mientras emborrona cuadernos
con su peculiar producción y despotrica contra todo lo que le rodea. Un trivial
incidente termina en un pequeño accidente de tráfico que implica el pago de una
cantidad de dinero que ni Ignatius ni la señora Reilly tienen, por lo que una
de las peores pesadillas de Ignatius se hace realidad: tener que salir al mundo
real en busca de trabajo. Novela escrita a comienzos de los años sesenta pero
que solo se publicó tras el suicidio del autor y tras la insistencia inagotable
de su madre, que tocó las puertas innumerables editoriales, durante casi una
década.
Mi opinión.
Novela devorada por su protagonista, Ignatius, uno de esos misántropos
desagradables, retorcidos y entrañables que, gracias a la literatura (porque en
la realidad serían insufribles en nuestro entorno) se hacen con un pedacito de nuestro
corazón (pero también con el más profundo odio por parte de algunos lectores,
quedan avisados), bastante adelantada a lo que se estilaba cuando se escribió
pero, a la vez, demasiado “blanda” para lo que se estila ahora, más divertida
que graciosa, más sarcástica que cínica, más surrealista que satírica, muy
lograda a la hora de conseguir que ningún personaje nos caiga del todo bien (y
esa era su intención, estoy seguro), de ritmo constante, igual que el tono,
igual que las derivas, igual que su estilo (quedan avisados), que si no se “compra”
su propuesta se puede hacer muy “cuesta arriba” y con todo, llamativa a su
manera.
Destacado. Es
igual desde el principio hasta el final en su despliegue, con todo lo que
implica dicha circunstancia.
Potenciales Evocados. Ocurre lo mismo que con gente como Tom Sharpe o
Eduardo Mendoza: detrás de la exageración, disparates, chistes y excesos, se ve
una realidad clara y cristalina (bueno, tal vez un poco distorsionada pero
reconocible) que todos identificamos.