Género. Relatos.
Lo que nos cuenta. El libro Fantasmagoría (publicación original: 2013) contiene quince relatos sobre distintas aproximaciones al
horror mediante el concepto del fantasma, más una primera introducción de Javier Quevedo Puchal y una
segunda de Dario Vílas, responsable también de la antología además de autor
de un texto, y con otros catorce escritores más o menos conocidos por los
aficionados al horror y lo fantástico en España, pero bastante activos en su
mayoría.
Mi opinión/Destacado/Potenciales Evocados.
- El columpio (José Luis Cantos): personajes y entornos
clásicos manejados con un estilo muy actual, atractivo y trabajado, que se
acerca al tema de la antología desde las relaciones familiares y con resultados
atractivos.
- Aliud (Elena Montagud): trama no lineal al servicio de
los cruces entre nuestro mundo y el de los fantasmas, interesante y agradable
de leer.
- Caramelitos de fresa (Ignacio Cid Hermoso): mezcla de
horror fantasmal y ciencia ficción corporativa, que evita efectismos y ataca
más a los sentimientos del lector.
- Chamberí (Francisco Miguel Espinosa): trabajo
clasicote en casi todos los aspectos y que transcurre en su mayoría en un lugar
que un servidor estuvo a punto, muy a punto, de conocer mediante subterfugios y
riesgos.
- Desahucio (Darío Vilas): trabajo urbano y sucio que
genera sensaciones distintas a las esperadas a tenor del tema de la antología, porque podría verse más demoniaco que otra cosa.
- El más solitario de los números (Jesús Cañadas):
ejercicio valiente porque hace intimismo con lo descarnado mediante un texto elaborado
y curioso.
- El recipiente (Miguel Aguerralde): de esos trabajos en
los que destaca más el propio viaje que el destino, honroso y poco más.
- Flores suicidas (Javier Cosnava): aproximación al
fantasma de una forma distinta a las demás en la antología, que me recuerda en
algunos momentos a ideas de El andén de nieve desde la perspectiva
contraria
- Incoloro (Javier Pellicer): España, Guerra civil,
aparecidos y mensaje obvio en una trama con nervio y excelente ritmo que se
va apagando según avanza.
- Juego de niños (Iván Mourín): relato que recurre al giro final para ofrecer una trama de crueldad, casa tal vez embrujada y psicopatía infantil.
- Lo que Swendenborg no dijo (Daniel P. Espinosa):
trastornos mentales, existencialismo y horror en un relato bien trabajado e
interesante.
- Ludimila (Juan Ángel Laguna Edroso): en entornos
rurales y con una trama que se puede ver venir en su destino, un relato entretenido
y agradable de leer.
- Ojos de muñeca (Javier Trescuadras): otro trabajo que
se ve venir, pero es algo que no importa porque se disfruta su lectura gracias a
la labor técnica del escritor.
- Sabe nuestros nombres (David Marugán): relato un poco
alargado para lo que en realidad cuenta, pero bien escrito, que me recordó lo
que le sucedió a alguien que conozco cuando sirvió en el ejército en
un cuartel de servicios caninos.
- Una vieja canción de blues (Luisa Fernández): cierre
interesante porque mezcla varias cosas, está bastante cuidado en cuanto a los
detalles de su trasfondo y rompe con la tónica habitual de la antología.